9 de marzo de 2011

VII

Aquí, en la torre de Tordesillas, las noches son oscuras y los sueños sombríos. A menudo me despierto con un grito rogativo, pidiéndote que me salves de esta cárcel, Felipe. Ahora por fin siento llegar el momento en el que serán cumplidas mis oraciones - la muerte llama a la puerta de esta torre malvada y pronto me llevará a tus brazos.

Sin embargo, entre los sueños oscuros que me rodean cuando estoy tumbada en mi cama fría, hay uno que me deja dormir tranquila. En aquella visión aparece nuestro hijo, Carlos, su cabeza vestida en oro, levantada la mano en un gesto de victoria. En el fondo veo extendidas las tierras numerosas bajo su poder: el reino de Castilla bañado por el sol, las montañas nevadas al borde de Aragón, las arenas de África, las selvas de las tierras descubiertas por Colón, las orillas brillantes de las islas de Italia, los municipios ruidosos en el centro de Europa y las rutas comerciales en Países Bajos.

Todo aquello heredado por él tras la muerte de sus abuelos. Nuestro hijo, Carlos, el Emperador de la Tierra, el soberano del reino en el que nunca se pone el sol. ¿Te lo imaginas, Felipe?
Aquel sueño me hace creer de nuevo en el sentido de mi existencia. Ser la madre del rey más poderoso de su época me recompensa todo el sufrimiento que he experimentado en mi vida.
Ojalá el mundo recuerde a Juana de Castilla – la madre del Emperador.

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