29 de enero de 2011

III

Mis padres se preocuparon mucho por el futuro de sus hijos, pero como eran los reyes excelentes a quienes lo más importante era su reino, la prioridad estuvo en lo político. No fue un tiempo que pudieran pasar agradablemente. Las confusiones religiosas en nuestro territorio y la hostililiad de algunos países les obligaron a esforzarse para mantener la Corona en buen estado. Lo que más les preocupaba fueron los conflictos con Francia, un reino poderoso que se encontraba por el camino a tus tierras, Felipe. Fuiste el duque de Borgoña por parte de tu madre y de tu padre, emperador de Austria, ganabas el título de archiduque.

Qué contenta estuve el día que me informaron sobre la boda contigo, Felipe. Teníamos diecisiete años cuando el amor apasionante dominó todos nuestros pensamientos. En la primera carta que me escribiste, me llamaste tu “querida esposa”. Hablaste con tristeza de que yo, el cumplimiento de todos tus deseos, estaba tan lejos de ti. Recuerdo esas palabras... Acerbum fero mentis dolorem... 
Asegurándome de tus sentimientos provocaste un escalofrío ardiente en mi corazón. Aunque nunca te había visto me imaginaba tu rostro hermoso y la mirada brillante.

Unos meses después, en la primavera del año 1496, fui a encontrarme contigo a Flandes. Con mi corte me puse en camino desde Loredo. Mi padre quería demostrar todo el poder de la Corona, de ahí que durante todo el viaje me acompañasen cien barcos y diez mil soldados. Mi madre, reina Isabel, vino a despedirme. Iba a ser muy amarga la separación con ella. Era una reina muy severa pero a mí me amaba con todo su amor maternal.

Estábamos a 22 de agosto cuando los barcos levantaron las anclas. Los comandaba Don Fadrique Enríquez de Cabrera, un soldado apreciado mucho por mis padres. Hacía un tiempo ideal para hacer un viaje tan largo, pero el mar pronto nos iba a sorprender. En dos días, mientras los barcos se dirigían al destino el tiempo cambió. A causa de la tempestad amenazante tuvimos que parar nuestro viaje, así que nos quedamos en un puerto inglés. ¡Qué terrible fue el día! Parecía que desde el principio alguien me intentaba advertir de lo que iba a pasar conmigo... con mi herencia... con mi amor.  Chocaron dos barcos y uno de ellos desapareció en las profundidades del mar para siempre. Para protegerme tuve que continuar el viaje en un barco de Vizcaya que era más seguro.

Mis pies tocaron la tierra en Arnemuiden, de donde fuimos por Amberes a Lille, la ciudad en que te iba a ver por primera vez. Por la guerra entre la Corona y Francia no fue posible que abandonaras Tirol. La espera se estaba alargando...

24 de enero de 2011

II

Toda mi vida, desde el día en que nací, ha sido parte de la política de mis padres - Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Que en paz descansen, los Reyes Cátolicos, los sirvientes de Dios y los soberanos del hombre. No obstante, en mis memorias debo incluir tanto sus méritos como equivocaciones, que hasta ahora me persiguen.

Nací en Toledo, el 6 de noviembre anno domini 1479. Al ver mi mirada por primera vez los padres encontraron en mi rostro la cara de mi abuela paterna - Juana Enríquez. Desde entonces mi madre siempre me llamaba “mi suegra”. Ahora, sentada en la cama en el faldón de la torre, me pregunto que si alguna vez había querido oírla decir: “Duerme tranquila, mi hija querida”. Aunque nunca me faltaba el cuidado paternal, mi madre ocupada por los asuntos políticos, no tenía tiempo para entenderme de verdad. Ahora siento que hasta su muerte había sido sólo un reflejo físico de su suegra y un peón en su juego complejo de la política matrimonial. Sin embargo Isabel nunca había conocido a verdadera Juana, su hija, que tan intensamente deseaba su comprensión.

Pasé mi infancia educada por Andrés de Miranda y Beatriz Galindo. Éstos me aseguraron una sólida formación religiosa y toda la educación nesecaria para la princesa española. Mientras aprendía los modales protocolarios, observaba los sucesos de mis padres. En el año 1492, en nombre de Dios, conquistaron la última ciudad de moros y yo, cumpliendo mis 13 años, me sentí un testigo de la historia.

Desde entonces soñé en el silencio de mi corazón con ser no sólo un testigo pero también un creador. Desgraciadamente eso no era mi destino. Aunque la fortuna me hizo la única heredera del trono, había personas que intentaron alejarme de él.

Entre estas personas estuviste tú, Felipe, mi primer y único amor, aunque más lágrimas que sonrisas me diste...

19 de enero de 2011

I

Hace cuarenta años que sigo metida en este palacio de Tordesillas sufriendo por tu ausencia. Felipe de la casa de Habsburgo, llamado Hermoso, ¡amado mío! Todos los días extraño ver tu claro rostro y sentir la ternura de tus manos... aunque las recuerdo frías del momento en el que me despedías tumbado en la ataúd...
Oh, dime: ¿Qué valor tiene la vida pasada en la prisión de mi soledad? ¿Qué valgo yo, la mitad del todo, la mujer sin su marido, que le parecía dar un significado a su vida?
El sol se está poniendo para que nazca la noche. Es una noche perfecta para responder por fin a las preguntas que no me dejan dormir en paz. Quizá encuentre el sentido de mi existencia, recordándomela paso a paso durante esta noche más oscura y, como presiento, una de las últimas de mi vida...